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Con complacencia, Editorial Fata Morgana presenta, por tercera ocasión (ver Temas del Mes de noviembre 2009 y mayo 2012), un escrito de Don Enrique Galán Santamaría, español prestigiado como analista junguiano, especialista conocedor de la obra de C.G. Jung, escritor, intelectual y, sobre todo, “epicúreo del conocimiento”. El artículo en turno es sobre la emoción y la reflexión. Uno de los instintos de los que nos habla Jung es el de la reflexión; en contraste, la emoción son los tonos de color con los que se pinta nuestro diario vivir, y en la emoción están representados los arquetipos y/o los complejos. En este escrito, Don Enrique Galán Santamaría nos habla de ambos elementos, tan necesarios para el trabajo con la psique, y presenta una perspectiva muy valiosa en ello. ¡Gracias Enrique por tu generosidad al colaborar en la editorial con tus artículos! Dra. María Guadalupe Abac Archundia
Diciembre de 2014 Emoción y reflexión
por Don Enrique Galán Santamaría
La emoción nos dice que estamos vivos. Experimentar la atracción y el rechazo, la debilidad o la fortaleza en sus diferentes modos y circunstancias determina nuestras decisiones y vivencias. El aspecto corporal de la emoción, con las sensaciones que lleva aparejadas, hace de ella el núcleo energético de nuestra noción de valor (sentimiento) y, por su intensidad, dirige nuestra percepción e intuición, orientando el uso del pensamiento. Este aspecto originario de lo psíquico hunde sus raíces en lo instintivo, con su cadena evolutiva, y puede rastrearse su aspecto orgánico (neuro-endocrino-inmunológico). La emoción es el hecho psicofísico fundamental. El primer estadio de la psique consciente. El término ‘emoción’ es relativamente reciente, pero integra en su concepto todo el ámbito de las pasiones, en su espectro del padecimiento al apasionamiento, del sufrimiento al éxtasis. Por eso, la emoción, como fenómeno subjetivo que ha hecho correr ríos de tinta, miríadas de melodías y temas plásticos, que está en el corazón de la vida íntima y en el fundamento de los movimientos colectivos, que ha originado con su ímpetu todas y cada una de las tecnologías humanas en su diversidad cultural, debe ser tratada con mucho respeto. Acotando el tema al ámbito que nos ocupa, la psicoterapia, la emoción tiene un lugar preeminente. El malestar psíquico está cargado de emociones, de unas emociones que muchas veces dificultan la vida, imponiendo su aspecto corporal todo tipo de justificaciones. Emociones de vulnerabilidad o de certidumbre ciega, de soledad y autoagresión, de aflicción o desesperanza, y tantas otras que componen el sufrimiento humano, objeto propio de la psicoterapia. Y de su arte, que consiste en transformar ese sufrimiento expresado en emociones, que tanto afectan al cuerpo, en conocimiento de las representaciones asociadas, con la asunción de las responsabilidades que entrañan. El objetivo es reparar la escisión entre emociones y representaciones, que sabemos desde Freud origen de toda psicopatología. Pues la congruencia entre emoción, representación psíquica, acción y hecho permite orientar la conducta y la comprensión; su incongruencia las desbarata. La emoción se expresa en la acción, sea conductual o comunicativa, y colorea con su atmósfera toda función psíquica, pero su lugar natural de existencia es el sentimiento, el juicio de valor. Pues la movilización emocional constituye la intensidad, extensión y dirección del valor. Es su aspecto cuantitativo, material. Así, la importancia o descrédito que otorguemos a algo es un hecho emocional en su base, aunque las razones para ello sean externas al campo emocional. En la relación con uno mismo, el otro y el mundo, que a grandes rasgos componen nuestro ámbito de experiencia, la emoción está omnipresente. Es nuestra brújula. Pero no nuestro mapa. Por eso, intentar hacer de la emoción el registro principal a diferenciar, como en toda psicoterapia vivencial, o a controlar, así en la meditación entendida como relajación o en la farmacopea del tranquilizante, constituyen para mí una pérdida de tiempo. La emoción es la expresión más evidente del alma. Si el alma, por señalar dos rasgos de su dominio empírico, se revela como apetito e imaginación, la emoción, con su correlato mental de fantasía o percepción, de conceptualización o intuición, es el modo en que el alma nos apela. Lo dice el habla cotidiana al referirse a ella como el lugar de las emociones más propias. El modo de atender a las emociones, que se manifiestan autónomamente, se presenta en un arco que va desde la represión (intentada) pura y simple hasta su exaltación de múltiples formas. Siempre vehículos de un valor que puede o no coincidir con el valor que conscientemente mantenemos, es por ellas por lo que experimentamos los conflictos psíquicos. Nuestras contradicciones. Pero también nuestra seguridad. El modo psicoterapéutico de atender a las emociones es múltiple, como múltiple es su significado. Hay emociones que son pura defensa y otras que revelan una verdad profunda. Hay emociones usadas como armas y emociones curativas que permiten volver al camino propio, hay emociones temidas y buscadas, emociones que vive uno pero son del otro y emociones que nos revelan que somos otro para nosotros mismos, emociones placenteras hasta el éxtasis y perturbadoras hasta el suicidio, emociones que siguen las rutas metabólicas y rutas metabólicas que siguen a emociones… Ante tal riqueza de usos y significados, la emoción se presenta en primer término, en el análisis, como un hecho comunicacional. Sirve para determinar el valor de los contenidos. Pero su influencia va más allá de lo verbal, constituyendo gran parte del nivel transferencial de la relación. Se trata lo que se puede, lo que es más evidente o central para la atención del paciente, pero queda mucho fuera de foco o simplemente desatendido. Es la emocionalidad lo que dirige y complica todo análisis. Si fuera cierto que el mero conscienciar traería aparejada una posición ética, no habría problemas. Pero la realidad es muy diferente. El trabajo analítico consiste en ser capaz de pensar bajo un bombardeo, como señala Bion, y el bombardeo es emocional. Una intervención cargada de sentido puede provocar una rabia inesperada, una torpeza del analista dar lugar a un insight. Por mucho que pretendamos referir la emoción del analizando hacia su analista, a sus propias vivencias y creencias, poco conseguimos. La emoción del analizando determina la marcha del análisis. La del analista, su posible culminación. Conviene situar la emoción, sea vivida o relatada, dentro de su peculiar vivencia. Pues esa vivencia que adquiere sentido por la emoción, a su vez le proporciona el contexto. En primer término no hablamos de emociones, las expresamos al vivir o relatar algo. Atender a las emociones, dotarlas de límites, de nombre, establecer su asociación con los significados, es propio de la práctica de la psicoterapia, un primer paso necesario. Pero siempre situándolas en el contexto vivencial y en lo que subrayan. La idea que tengo de la psicoterapia es pasar de la vivencia a la experiencia. Transformar la amalgama de emociones, conductas, representaciones, relatos ajenos y propios, en comprensión del sentido. Que aquello que ha sido vivido corporalmente, que ha ocurrido en un contexto relacional, sea privado o institucional, que ha dado lugar a consecuencias, pueda ser puesto sobre el tapete, reflexionado. Es a través de la reflexión, un hecho prácticamente instintivo pero que es educado por las tecnologías espirituales, como la vivencia se transforma en experiencia. Y es sabido que sólo aprendemos de la experiencia, no de la vivencia. La reflexión nada es sin la memoria, gracias a la cual tenemos autoconsciencia. Memoria de lo que nos ha pasado, pero también de todo lo que sabemos de uno u otro modo. Esa memoria es la que permite articular las diferentes vivencias en lo que llamamos biografía. Una biografía que nos encontramos, más que hacerla, pues muchas de nuestras conductas son reacciones ante lo que se nos presenta. Reacciones contextualizadas, sujetas a una regulación social y personal. Integrar esa novedad de nuestra reacción forma parte de nuestra vivencia cotidiana. Asimilarlas, hacerlas parte de uno, depende de la reflexión. La psicoterapia, tal como la entiendo, no consiste ni en provocar vivencias, aunque las provoca, ni en marcar pautas, aunque es prácticamente imposible no contar con ellas, sino en crear la situación en que pueda reflexionarse sobre esto y aquello que ha vivido el analizando. Cómo se amalgaman hechos, fantasías, ideas y aprendizajes. Cómo encaramos de muchas maneras nuestra vida según las circunstancias. Cómo la variabilidad que somos revela una singularidad que descubrimos. Ese auto-descubrimiento que es una autorrealización. Reflexión es volver sobre algo. Sobre una vivencia, sobre un pensamiento, sobre un recuerdo. En este sentido, la reflexión ejerce una violencia sobre la emoción, con su presentismo que tiende al futuro. Y muchas resistencias en el trabajo tienen que ver con esa violencia. Una violencia sobre la inconsciencia. Inconsciencia basada en la falsa premisa de que basta “tener experiencias” para vivir. La ideología de la novedad se apoya en esa premisa. Pero autodescubrirse poco tiene que ver con el rosario de vivencias que supone toda vida, sino con la comprensión del hilo de sentido que les da consistencia. Sea la bellota que desplegamos, el demon que nos dirige o el tao que nos lleva, el sentido se revela en toda biografía. Captar ese sentido es el objeto de la reflexión, en general y en psicoterapia. Ese sentido entrevisto, una cierta realización del sí-mismo, es lo que revela la singularidad que todos somos. La reflexión es una búsqueda del sentido. Diferenciar niveles en nuestro vivenciar, establecer las asociaciones entre emoción y representación, concepción de la vida, noción de realidad, etc., con las acciones instintivas y las amplificaciones arquetipales, es lo propio del análisis. Un modo de atenderse a sí que no es un narcisismo, sino una tarea liberadora. |