Tema del Mes > Diciembre de 2009

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Primeramente, agradecemos a la filósofa Patricia Ortega Henderson por el interesante artículo que nos presenta en esta ocasión... es muy apropiado para esta época, no solo por el momento del mes sino por el momento histórico de nuestro país.

La idea de Octavio Paz sobre la orfandad y la legitimidad, que nos recuerda Patricia en su artículo, es uno de los móviles de la psique colectiva mexicana, mismo que conflictua no sólo nuestro diario vivir sino, también, nuestro acontecer histórico pasado, presente y con proyección al futuro.

Mientras, como dice la autora, no aceptemos esta orfandad ni logremos una legitimidad de lo que somos en esta historia nuestra actual, seguiremos en un continuo conflicto desgarrante y con mucha dificultad para la creatividad.

Es la Virgen de Guadalupe, como diría Octavio Paz, “...la Madre de los dioses y los hombres, de astros y hormigas, del maíz y del maguey; Tonantzin-Guadalupe fue la respuesta de la imaginación a la situación de orfandad en que dejó a los indios la conquista.”

Es por todo esto que es nuestra Madre arquetípica, en quien los mexicanos nos refugiamos, donde nos enraizamos para gestar una esperanza en nuestro diario vivir.

Dra. María Abac Klemm
Diciembre, 2009



Guadalupe: la Virgen que da vida al espíritu mexicano
Por Patricia Ortega Henderson
 
"Lo FEMENINO es ciertamente el arquetipo de la vida misma."
C.G. Jung. CW 14, párrafo 646.
 
Estimado lector:
 
El pasado diciembre de 2008, en este sitio de Editorial Fata Morgana, se publicó mi artículo Guadalupe: Historia y Símbolo; recibí comentarios favorables que mucho agradezco y que me dejaron nuevas preguntas sobre su riquísimo significado. Ahora me gustaría, desde la psicología profunda, relacionar el simbolismo de Guadalupe con algunas breves reflexiones sobre la cuestión de ¿quiénes somos los mexicanos?, interrogante que a nivel nacional está hoy vigente.
 
Como todos saben, hace unos cuántos días, el 20 de noviembre, conmemoramos la Revolución Mexicana. De la misma manera, el 16 de septiembre pasado, recordamos la Independencia de México. Dos fechas importantes y significativas en la historia de nuestro país, que cobran mayor relevancia ahora porque, con ellas, iniciamos oficialmente las celebraciones que culminarán en el 2010, para solemnizar ambas: el Centenario y el Bicentenario, respectivamente.
 
¿Quiénes somos los mexicanos? Las respuestas se multiplican de diversas formas y medios, y es tema fértil de meditación. Actualmente, en la literatura por ejemplo, se evocan las ideas sobre la identidad nacional desde el origen de los "Hombres del Maíz" en el Popol Vuh, a las del filósofo Samuel Ramos, a las de Juan Rulfo en Pedro Páramo, al poema La Suave Patria de Ramón López Velarde, a Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad, que intentan responder a la interrogante sobre la "esencia" del mexicano; hasta más recientemente, las opiniones acerca del "inasible carácter del mexicano", de Carlos Monsivais, quien refiere que, desde el terremoto, lo que hay es una "comunidad" o fuerzas comunitarias. O la nueva interpretación de Carlos Fuentes en Adán en Eden.
 
También cabe mencionar a P. Ignacio Taibo II quien, en su novela Temporada de Zopilotes, narra que tenemos la sensación de que se nos ha contado mal la Historia de México y la necesidad de volverla a contar. Y a Manuel Aceves, en Antilaberinto, quien refuta el pensamiento de Paz acerca de los mexicanos, de su mito de la Malinche, y reconstruye con pasión la personalidad de Malintzin, intentando descifrar el enigma de su misión como política, como diplomática y como madre de una nueva raza mestiza. Todas estas aportaciones, entre otras, son oportunas cuando estamos comenzando un milenio y nos es imprescindible, como país, una nueva meditación sobre la cuestión: ¿quiénes somos los mexicanos?
 
Para dar una respuesta a este tema capital, no por una moda pasajera sino por convicción personal, como una urgencia instintiva, como un deber ineludible e inaplazable, me refiero en estas líneas a otro "gran acontecimiento" nacional que conmemoramos este mes: el 12 de diciembre, el día de la Virgen de Guadalupe, la fiesta tradicional más celebrada en todo México, dedicada a la Madre Espiritual de los mexicanos.
 
La maravillosa aparición de la imagen de Santa María de Guadalupe, especial protectora y patrona de México, la Reina de México y Emperatriz de las Américas, acaecida en 1531, es anterior a la Independencia y a la Revolución. Y es fundamental considerarla si de lo que se trata es de mirarnos bien a la cara, de la búsqueda del sentido de la vida nacional, de la vivencia profunda no sólo del mundo indio sino de toda la urdimbre de los mundos diversos que conforman hoy el Espíritu Mexicano.
 
La tradición cuenta que diez años después de caída Tenochtitlan, cuando el asentamiento español era inconmovible y el mundo indio parecía destinado a morir de tristeza, sucedió lo increíble: "Y apareció en el cielo una gran señal: una mujer cubierta de sol, y la luna debajo de sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas". Guadalupe es identificada tanto con la mujer encinta del Apocalipsis, que es perseguida y de herencia cristiana, como con Tonantzin "Nuestra Venerable Madre", con Coatlicue y Cihuacoatl, madres-vírgenes de los dioses antiguos. Ella es la madre del dios creador supremo Ometeotl, Señor y Señora de la Dualidad; un dios que contiene los opuestos, así como la naturaleza que crea y destruye. En mesoamérica la divinidad se entiende no sólo como madre amorosa que da a luz sino, también, como padre creador supremo.
 
Algo parecido acontece en el México actual. Cuando en nuestra época la prensa se ocupa de mostrarnos una imagen muy triste de la situación mexicana, algunas veces patológica, y comentarios internacionales ven a México con preocupación… cuando nos sentimos desesperados, casi a punto de desaparecer, súbitamente, como una gracia, emerge la Virgen en sueños –producto espontáneo de la psique– de mujeres y hombres mexicanos, y les trae el mismo mensaje que diera a Juan Diego: "No temas, tú el más pequeño de mis hijos... ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?"
 
Para la psicología profunda, Guadalupe manifiesta el simbolismo del Espíritu Femenino-Maternal positivo en la cultura mexicana. Representa la persistencia de una imagen femenina divina. Su aparición, en la historia de México y en la vida de individuos de hoy, es la respuesta del Inconsciente Colectivo a la situación de orfandad; orfandad en el sentido de una verdad esencial de la condición humana: ¡al final, todos estamos solos! En el siglo veinte, en el que "la muerte de Dios" fue proclamada, el Huérfano fue la posición dominante en la filosofía existencialista, que reconoce el absurdo esencial de la vida moderna como el resultado de la muerte de Dios.
 
Guadalupe significa ¡la salvación! La "Morenita del Tepeyac" es un símbolo de unidad y completud, que integra aspectos femeninos de la espiritualidad del mundo indígena a nuestra cultura mexicana actual. Tradicionalmente, la cultura mexicana es femenina, natural, afectiva, sensitiva, obscura, terrena, receptiva y religiosa. Veneración y reverencia a lo sagrado es la norma de vida. Incorpora el culto a lo sagrado femenino, que la concepción unilateral lógica-materialista de Occidente –que sirve a lo femenino negativo– ha negado por más de dos mil años.
 
A este respecto, Jung señaló el tremendo paso que el Papa Pío XII dio, en el desarrollo del dogma cristiano y en la evolución de la Conciencia, cuando elevó a la Virgen al cielo, dando paso a la cuaternidad, símbolo de la totalidad. Para Jung esta imagen es, claramente, una expresión que emerge del Inconsciente, espontánea y auténtica, de simbolismo de coniuntio. Desde la psicología, su supremo valor está en que manifiesta un símbolo de totalidad y completud.
 
La Virgen, paradojicamente, es un símbolo de los dos aspectos del Principio Femenino: receptividad y creatividad. Es una extraordinaria manifestación de la poderosa fuerza transformativa de lo Femenino. Ella encarna el Amor Materno incondicional que renueva todas las cosas y, por su cuerpo y su alma humanos, hace posible el nacimiento del Niño Divino. Es esa fuerza virgen procedente desde dentro y desde fuera, "virgen" en el sentido psicológico de una matriz resistente, abierta a ser fecundada por el Espíritu de vitalidad. Es la libertad para la creatividad, es un contenedor potente en donde se da la transformación, que es de donde puede nacer una nueva Conciencia.
 
La conciencia colectiva mexicana actual corresponde sólo a los últimos trescientos años de vida colonial y a los doscientos años del México independiente. No es la realidad mexicana completa, es un panorama mutilado. Los milenios prehispánicos componen el subsuelo y la raíz de México, aquello que forma el Inconsciente Colectivo que no conocemos.

Como nación, frente a la gran cuestión de ¿quiénes somos los mexicanos?, debemos comenzar por reconocer que, en lo psicológico, nos encontramos en la infancia temprana, con heridas narcisistas, de ahí nuestra necesidad de un amor materno incondicional, nuestra necesidad de querer ser rescatados. Pareciera que en nuestro Inconciente Colectivo predomina el arquetipo del Huérfano. El niño en nuestro interior se siente abandonado, traicionado, victimizado, descuidado, decepcionado, dolorido, muy solo. La vida está llena de experiencias que nos dejan huérfanos, lo dramático es que en la medida en que no admitamos al Huérfano en nuestro interior estará siendo, también, abandonado y exiliado por nosotros mismos, quedaremos en la auto-orfandad, donde podemos traicionar nuestros propios valores y básicamente nos falta la más mínima idea de quiénes somos.
 
De forma paradójica, aceptar al huérfano es recibir los dones del arquetipo del Huérfano; es una liberación de toda dependencia, es una forma de confianza en sí mismo, es ser interdependiente; es aprender a unirse a otros y, en el mejor de los casos, rebelarse contra la autoridad y ser mutuamente solidarios. El Huérfano nos llama a despertar, a abandonar las ilusiones y hacer frente a realidades dolorosas. La orfandad, aunque es terriblemente dislocante, es una parte esencial del crecimiento y el desarrollo. Si no fuéramos heridos permaneceríamos en la inocencia y nunca maduraríamos ni aprenderíamos.
 
La curación comienza cuando sentimos el dolor y reconocemos cómo hemos negado partes de nosotros mismos, sólo entonces ya no necesitamos exiliar u oprimir a otros que "cargan" esas cualidades marginadas. Podemos así ser vulnerables, compartir en lugares seguros nuestros temores y esperanzas, crear vínculos con otros y, también, abrir nuestro corazón para aprender a tener compasión por nosotros mismos y por los demás.
 
La Virgen de Guadalupe, la Madre Espiritual que da Vida al Espíritu Mexicano, nos da un mensaje de unidad, de transformación, de liberación, de gratitud, de renacimiento, de gracia plena, de VIDA NUEVA... Ella nos hace a todos sus hijos, iguales, ¡no estamos solos!... Su mensaje no es únicamente teológico, filosófico o psicológico, ni tampoco nacional, sino es sobre todo Humano, en el sentido profundo de re-ligare.
 
Ella nos muestra un camino hacia la iniciación de una nueva Conciencia Universal del Espíritu Femenino; esta es una visión que, históricamente, aún tiene que ser realizada mediante un largo y doloroso proceso consciente. Hoy, hombres y mujeres en México y en el mundo entero, sienten el despertar de estas energías de transformación que vienen del arquetipo "Virgen" y luchan por encontrarle un lugar en sus vidas y darle voz. El trabajo que nos toca –a hombres y mujeres– consiste en separar el complejo materno de la "Virgen" en nuestro interior.
 
 
Patricia Ortega Henderson
Es licenciada en Filosofía, Psicoterapeuta, Musicoterapeuta GIM, FAMI.
Investigadora de aspectos del arquetipo FEMENINO en la cultura mexicana.
Para contactar a la autora del artículo es a través del correo de la editorial.


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