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Han sido constantes en la historia
de la Humanidad tanto el miedo a la finitud de la vida humana, como el
anhelo de prolongarla tal como la conocemos.
Y podemos ampliar que son el
miedo a perdernos en la “Nada” (o, tal vez, en el “Todo”) y el anhelo
de que nuestro “yo” no desaparezca por completo de la memoria, del
recuerdo, ya sean individuales o colectivos.
Considerado desde la psicología
profunda, podríamos decir que ambas actitudes son el resultado del
enfrentamiento definitivo del “yo” con el “Sí-Mismo”.
Desde la filosofía y la
metafísica podríamos decir que la “Eternidad” es la interminable
alternancia entre la “Vida” (el ámbito de la posibilidad) y la “Muerte”
(el ámbito de la imposibilidad).
Y desde la perspectiva de las
religiones, que hay tranquilizadoras esperanzas en conceptos tales como
la resurrección, la vida eterna gozosa, la transmutación de las almas,
etc.
Sea como sea, el cruce humano
del umbral —en dirección de la Vida hacia la Muerte— ha sido siempre
mitificado y ritualizado, en mil maneras, según la época, la geografía,
la cultura: enterramientos, cremaciones, disposición a ríos, mares,
pantanos, aves carroñeras, etc.
La función de tales mitos y
ritos, ya sean prácticas sociales o religiosas, es la de aligerar el
horror a la muerte, a la desaparición, a la descomposición.
Pero la solemnidad ritual no es
la única forma de aligerar los miedos y anhelos hacia la muerte,
también hay mitos y ritos festivos, por ejemplo la “Toten Tanz”, el
“Halloween”, el “Día de Muertos” y muchas otras antiguas festividades
de tipo mortuorio... aquí incluso podríamos mencionar la actual
banalización de la muerte en tatuajes y otras formas de expresión entre
los jóvenes.
¡ Sigamos la tendencia festiva en
estos días dedicados a honrar a la Muerte, pero sin dejar de
reflexionar acerca de la profundidad psicológica inherente a tales
festividades !
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(Nota de la Editorial) |