Muchas
gracias María Fernanda por este excelente y hermoso escrito que nos
compartes —reflexivo, profundo, sincero, auténtico—, acerca de tu
trabajo analítico, en el que se ha ido autodescubriendo, a través de
tus sueños y vivencias con el y lo otro, el espejo de tu propia
naturaleza, más allá de la experiencia de lo masculino “ciego”.
Es un placer trabajar contigo y escuchar tus discernimientos y reflexiones propias.
Dra. María Guadalupe Abac Archundia
Noviembre 2017
No ser vista y ser vista
por María Fernanda Gay Medina
La vida me ha llevado a creer que todos llegamos a
esta Tierra a completar aprendizajes con el propósito de ser felices,
de vivir en paz, de sentirnos libres y plenos. Es como si el alma
humana buscara caminos para crecer y expandirse y con tal de abrir el
corazón se expusiera a si misma a aquellas circunstancias y eventos que
van a propulsarla a mayor velocidad hacia su misión. En nosotros está
reconocerlo y encontrar los caminos más elegantes para lograrlo, o
resistirnos y nadar contra corriente, con los ojos vendados y a
tropezones.
A veces olvidamos lo perfecto que es -y ha sido- todo lo que se
confabula en nuestra vida. Con el alma distraída podemos pasar años
enteros tratando de entender el por qué de las cosas sin encontrar
respuestas, hasta que un día, tal vez desde el mas agotador de los
cansancios internos; si tenemos suerte, desde el silencio de la
meditación; mirándonos en el espejo de una terapia, o desde uno de esos
momentos de humildad que finalmente le ponen un alto a la mente, emerge
una nueva posibilidad, dejar de luchar y cambiar de pregunta: “¿Para
qué?” en lugar de “¿por qué?”.
Esta es la historia de mi “para qué” haber nacido de un padre ciego.
Los “¿por qué?” los podría narrar con deliciosos detalles. Desde la
historia de amor que unió a mis padres hasta los exámenes genéticos por
los que hemos pasado a nivel familiar como resultado de una herencia
que inesperadamente sorprendió con retinosis pigmentaria a 4 de 5
hermanos. Entre ellos, mi padre.
“Deberías de escribir un guión. Tu historia es de película” me han
dicho constantemente. Yo, sorprendida, solía responder: “¿En serio?”.
Nada en mi había considerado la historia de mi vida como una historia
lo suficientemente rica para ser contada. Mucho menos me sentía digna
de ser vista como personaje de la misma.
Cuando creces con un papá ciego te acostumbras a no ser vista
(literalmente) y, cuando menos te lo imaginas, descubres que los
efectos de la ceguera tocaron todos los rincones de tu alma de mujer e
imprimieron una timidez difícil de sobrellevar. Convivir con la
ceguera, en mi caso, encerró una extraña mezcla de dolor, vergüenza y
enojo entretejidos con la naturalidad de ser reconocida por mi esencia,
defectos y virtudes, sensibilidad, sentido del humor e inteligencia.
En un hogar en el que habita la ceguera aprendes a anunciar tu
presencia (para evitar salir lastimada o ser invadida y para ser
considerada también) y, desde temprana edad, reconoces que los demás
sentidos sirven como poderosas herramientas para interpretar la
realidad. En un hogar en el que habita la ceguera, sin nombrarlo, se
desarrolla la intuición y se aprende a ver más allá de las apariencias.
La escala de valores se inclina considerablemente hacia la sustancia y
la forma toma su lugar en el universo de lo estético. Fondo y forma se
balancean entre si y los excesos superficiales del mundo contemporáneo
resultan abrumadores. Incluso, incomprensibles.
En mi experiencia como mujer, crecí temiendo a la mirada masculina pues
no solo me resultaba inusual sino ajena; aunque en el fondo, también la
añoraba. Porque no aprendí a interpretarla, y mucho menos a
reconocerla, lo “normal” se volvió dudar de ella y, lo “seguro”,
sentirme invisible y protegerme… Hasta que llegó el día en el que lo
“normal” y lo “seguro” dejaron de ser “normal” y “seguro” y mi alma me
pidió re-acomodar las piezas del rompecabezas.
Hoy descubro que ni el papá con la mejor vista del planeta, ni los
aplausos de un auditorio entero, ni las palabras del más honesto -o el
más manipulador- de los amantes podrían haberme ofrecido lo que mi
alma, entre otras cosas, vino a aprender en esta vida: La visión de mi
misma.
Entendí que como mujer soy la única y verdadera responsable de verme.
Descubrí que es mi propia mirada la que puede ofrecerme la más amorosa
de las aceptaciones y que es mi derecho el no depender de la mirada
externa para sentir que tengo y merezco un lugar en la vida.
He aprendido a conectar con mi propio poder interno; a reconocerme y a
creer en mi misma con la misma fidelidad con la que un ciego cree en la
gente cuando reconoce su potencial y su nobleza. El ejercicio de verme
a mi misma ha atraído la mirada de otros y eso que tanto temía – y
contradictoriamente anhelaba-, hoy llega a mi vida cada vez con más
naturalidad; la gran diferencia está en que ha dejado de amenazarme, y
poco a poco se ha vuelto una danza más de la existencia.
Ser vista dejó de tratarse del otro. Verme se ha convertido en el más
honesto regalo que puedo ofrecerme a mi misma: auto-amarme.
Auto-valorarme. Auto-reconocerme.
Mi propia mirada se ha convertido en un juego de descubrimiento
personal entintado de misterio y de magia.
El para qué de la ceguera de mi padre es hoy uno de los más grandes
regalos que me ha dado la vida pues me ha enseñado a creer en mi misma,
a valorarme y a interesarme en el mundo de lo invisible. Me ha
permitido disfrutar y agradecer el mundo de lo visible y, finalmente, a
aceptar las miradas externas.
Lo que por años nunca pude explicar desde el “por qué” hoy lo puedo
responder con un millón de “para qués”. Puedo decir con total certeza
que haber crecido en un hogar en el que habita la ceguera le permitió a
mi alma navegar las aguas profundas de mi Espíritu con la naturalidad
con la que un ciego se mueve en una noche sin luna: sin miedo. Aprendí
a cerrar los ojos para encontrar reposo en la obscuridad y a hacer del
silencio mi mejor amigo. Me enamoré de la meditación y aprendí a
escuchar a mis sueños.
El juego de la visión me sigue revelando caminos… con curiosidad elijo
caminarlos. Pero sobre todo, muy por encima de todo, es desde este
lugar que por fin expreso mi verdad y la comparto: Mujeres, mirémonos a
nosotras mismas. Seamos nuestra más fiel amante. Enamorémonos de
nuestra existencia… es desde el gozo del auto-reconocimiento que
verdaderamente podemos compartirnos con el mundo. Es nuestra propia
mirada la que tiene el poder de reconstruirnos, redibujarnos y
constantemente descubrirnos.
“Yo me veo.”
María Fernanda Gay Medina
30 octubre 2017
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