En la zaga del riquísimo
material que nos llegó, a partir de los Temas de Mes de mayo y junio
pasados, sirva esta breve reflexión que hago para introducir el poético
texto de la Dra. Carmen Real, y su figura del Padre. ¡¡ Muchas gracias
Carmen por compartirnos esta joya literaria, que es como el guión de
una bella película nostálgica y romántica !!
Querida Dra. le acerco estas líneas en gratitud por su trabajo de
enriquecimiento y ampliación de la conciencia. Admirable texto, al
igual que el anterior sobre la madre, que sintetiza en un breve espacio
temas tan hondos y complejos.
Reflexionando sobre la figura de mi padre, a la luz de su artículo, él fue
más un muchacho que un hombre. Era una especie de “don Juan”, digo una
especie, porque debe haber mucha clase de donjuanes, y mi padre era un
“dandy” , elegante, pulcro y centrado en su apariencia. Lo recuerdo
aún, a pesar de ser un obrero calificado, una suerte de “vulcano” en su
trabajo, pues trabajaba con fuego, fundía metales y armaba grandes
recipientes que se utilizaban como contenedores de agua para reserva,
por las tardes, se acicalaba, vestía traje y fumaba en boquilla. Para
redondear la figura se perfumaba con lavanda y salía dejando una estela
de fragancia tras de sí. Yo solía seguirlo durante todo el ritual de
acicalamiento. Para mi era fascinante verlo, sonreía con frecuencia,
era gracioso en el habla y hacía comentarios alegres, chistosos sobre
todo. Sus camisas eran impecables, muchas veces él mismo solía dar el
último golpe de plancha al cuello, porque según él mi madre no sabía
hacerlo. Los zapatos bien lustrados y brillantes y los dientes
blanqueados con bicarbonato. Aprendí de él todos esos hábitos de aseo.
Hoy sigo con cierta obsesión por lustrar los zapatos, el perfume y el
blanqueado de unos dientes que no son tan bellos como los de él.
Se comentaba que solía apostarse en una esquina muy conocida de mi
ciudad a ver pasar las mujeres, a charlar con los amigos y a tomar
café. Le encantaba bailar tango y de vez en cuando solía ir con uno de
sus amigos, que era joyero, a alguna milonga. Recuerdo que yo lloraba a
gritos pidiendo que me lleve, que yo también quería ir a bailar. Esto
despertaba la furia de mi abuela materna y la risa y comentarios
jocosos de mi padre. Por cierto al único lugar que iba con él era a la
casa de mi abuela Emilia, su madre, algunos domingos. Y además podía ir
al cine con él. Qué fiesta! Mi padre era un amante del cine y solía ir
como mínimo dos veces a la semana cada vez que cambiaba la cartelera.
Así fue como me vi todas las películas de indios y vaqueros, y las de
guerra, que no me gustaban mucho porque no había romance. Me aficionó
al cine y a la imagen. Eso lo tengo de él.
Mi padre nunca salía con mi madre, salía solo o como digo, conmigo en
esas ocasiones especiales. Llevaba una vida propia, ajena a la familia.
Mientras estaba en casa se dedicaba a escuchar tango, algo que me
aburría enormemente, pero así aprendí la letra de muchas canciones, los
nombres de los intérpretes, etc. Porque mi padre solía hablarme de ello
y luego interrogarme para ver si podía reconocerlos. Luego escribí
algunas letras de tango y poesías en homenaje a Piazzola, participando
en varios espectáculos de tango. Si me hubiese visto mi abuela! El gozo
hubiese sido para mi padre.
Antes de casarse con mi madre había sido jugador de fútbol de
aficionados, muy conocido por sus habilidades como arquero, incluso le
ofrecieron ser un jugador profesional, pero no aceptó, pues eso lo
hubiese alejado de la casa materna. Había una extraña y numinosa forma
de relacionarse con mi abuela Emilia, a la que él llamaba madre, o
mamá, sin artículos ni diminutivos, y cuando la mencionaba había un
profundo respeto en su voz y su semblante.
Esa son algunas cosas que recuerdo de él. También que me compró un
cajón de libros e hizo para mí una biblioteca de metal que él forjó en
su lugar de trabajo con restos de metales que le quedaron. Aunque en
general nunca se interesó por mi educación. Forjó también un gran
brasero que oficiaba de estufa los inviernos, y un anillo con el clip
de un aro de mi madre, que aún conservo y suelo usar. Es el único
objeto que me quedó de ellos dos.
Por lo demás su figura era misteriosa, inaprensible y para mí
indescifrable. Nunca me abrazó o me hizo una caricia. Una sola vez me
dijo que me quería, arrepentido después de darme un golpe que me partió
el labio.
Lo recuerdo como un hombre guapo, alegre y distante. Un hombre al que
odié y amé intensamente.
Con un gran abrazo y mi gratitud por todo lo que aprendí de usted,
doctora
Carmen Real