Tema del Mes > Agosto 2008 |
Reflexiones de la Dra. María Abac Klemm
sobre el cuento del "Príncipe serpiente" NOTA: Para facilidad del lector, transcribiremos de nuevo el texto del cuento,
y con letras cursivas e indentación, las reflexiones de la Dra. María Abac Klemm. Había una vez un Rey y su amada Reina, quienes vivían en dichosa felicidad, excepto por una cosa: no tenían hijos. Un día, la Reina llena de tristeza, consultó a una vieja adivina que vivía en el bosque y le fue dicho el remedio a su esterilidad. Debería poner una pequeña vasija boca abajo en su jardín, dijo la adivina, y a la mañana siguiente ella encontraría dos rosas, una blanca y una roja, creciendo debajo de ésta en un mismo tallo. Si se comiera la rosa roja, tendría a un niño; si comiera la rosa blanca, a una niña. En cualquier caso, tendría que elegir una u otra. Si se comiera las dos, resultaría una catástrofe. En
los momentos de la vida donde o cuando hay esterilidad (vaciedad,
frustración, depresión, etc.) y no podemos más ser
creativos ni estar en la vida, debemos consultar con nuestro Ser
interior para que nos de una solución diferente a la disponible
en la vida cotidiana. Aquí en el cuento, este Ser interior es lo
opuesto de la reina: una vieja adivina, una bruja o hechicera. Es un
Ser espiritual —no desarrollado en su humanidad—, quien le
dice a la reina que hay que poner una “vasija”, boca abajo
y en el jardín.
Ésta
es una especie de copa, cuyo simbolismo está ligado con el
líquido que contiene; implica una sublimación del deseo,
es la mediación de la materia en la ascensión espiritual
del hombre, es decir, dará lugar al nacimiento de dos opuestos,
representados en las dos rosas —dos posibilidades—; la
blanca y la roja, lo femenino y lo masculino, dos estados
alquímicos: el albedo —un estado totalmente
purificado— y el rubedo —que es la conjunción, la
unión de los opuestos, la coexistencia pacífica de los
opuestos—. Pero para darse esta sublimación tendría
que haber una contención: sólo podría escoger una
de las dos rosas. El jardín es el lugar de los sentimientos
finos y cultivados.
Pero
la voracidad, la ambición, el querer más de lo que
necesitamos, nuestra compulsividad, nos lleva a la catástrofe.
Aquí parece ser que la madre no ha podido controlar su
voracidad, su ambición. Muchas veces en la vida, cuando hubo una
gran carencia, o ausencia total, de amor —o alguna otra necesidad
psíquica o física—, y surge la posibilidad de
satisfacer este sentimiento, emoción o situación, pueden
emerger la voracidad, la codicia y la ambición.
La Reina estaba extasiada e hizo tal como la anciana dijo, pero después de comerse la rosa blanca, le entró la codicia, olvidó su promesa y se comió la segunda rosa también. Cuando llegó el tiempo del parto nacieron unos gemelos, pero el primero en nacer fue una horrible Serpiente con brazos y piernas. La Reina quedó terriblemente asustada al verla, pero de un movimiento rápido la jaló y la quitó de la vista, de manera que nadie más la vio. Además, justo después de la Serpiente nació un precioso niño, quien era tan maravilloso y apuesto y hacía a todos tan felices, que la Reina vivió su vida como si la Serpiente nunca hubiera existido. La
codicia de la reina, que simboliza la compulsión a
extralimitarnos en lo que requiere nuestra realidad (quizá una
adicción que compense nuestra melancolía, nuestra
vaciedad), produce la catástrofe y de ahí nacen dos
niños gemelos: la dualidad del Ser, lo material y lo espiritual,
lo oscuro y lo luminoso, etc.
Estos
simbolizan todas nuestras oposiciones como humanos y las luchas que
debemos sostener para sobrellevarlas. Revelan una significación
de sacrificio, de abnegación, de destrucción, de que
abandonamos una parte de nosotros en favor de otra parte.
El
primero en nacer, ¡una horrible serpiente!: lo más
instintivo (éste es un símbolo muy complejo y
amplísimo). Tomaremos de éste solo que es lo más
básico, instintivo, lo ctónico, lo arcaico, de nuestra
personalidad; es lo no humano, lo que no hemos podido humanizar, esos
sentimientos que quedaron en su forma mas ctónica. La reina
—asustada— lo aparta de su vista y en adelante lo
evitó, lo omitió de su vida. Ella sólo
aceptó lo bello, lo bonito.
¡Oh
error! el no aceptar las consecuencias de nuestros actos, el no
hacernos cargo de ellos, porque por mucho que queramos desembarazarnos
de estos ahí quedan sin resolverse y van creciendo en lo oscuro
de nuestra psique, en nuestra vida interior van aumentando.
Eso
es lo que hacemos nosotros cuando ocultamos lo que consideramos
horrible de nuestro Ser y sólo presentamos las partes aceptadas
por la colectividad, lo que se considera grato o bello de nosotros.
En
el cuento, esto fue ocasionado porque la Reina rechazó escoger
solo entre una u otra flor; por consiguiente, se engendra una
disposición a la patología (en este caso, se puede
sugerir que se trata de una melancolía), originada por un trauma
temprano, que va a crear en ella un mundo de fantasía para
tratar de cubrir esa herida.
Toda
aquella energía agresiva, que debería estar dispuesta
para la adaptación al mundo exterior, se retuerce y no se
expresa hacia afuera sino que toma una forma arcaica de auto ataque y
auto criticismo, de no aceptación. En algunos pacientes esto
puede provocar sentimientos de persecución interior, y por ello
buscan tener experiencias paradisíacas (procurando estar fuera
de sentir realmente la situación traumática), tales como
una identificación de fusión con otros (una simbiosis),
lo que les ocasiona estados indiferenciados de melancolía.
Muchos felices años después, el gallardo Príncipe partió en una carroza real en busca de aventuras y de una esposa. Sin embargo, apenas había llegado al cruce de caminos, que una enorme Serpiente con colmillos amenazadores apareció detrás de él y silbó. “¡Una novia para mi antes de una novia para ti!” El Príncipe regreso de inmediato al castillo y el Rey estuvo a punto de enviar un ejército a combatir a la bestia, cuando la Reina pensó que era el momento de confesar que la Serpiente había tan solo reclamado lo que era su derecho —era quien había nacido primero y tenía el derecho a casarse primero. Cuando
el gallardo Príncipe del castillo sale en busca de una princesa
para formar un hogar, se encuentra con la serpiente en el cruce de los
caminos. El cruce de caminos simboliza esos momentos en la vida en que
ya no tenemos otra alternativa más que la de encontrarnos con
nosotros mismos, elegir alguna de las diversas direcciones posibles, es
cuando tenemos que detenernos a descubrir quienes realmente somos
nosotros, es ese momento de decisiones muy especiales e importantes
para nosotros.
La
demanda de la serpiente simboliza el tener que resolver esa herida
primaria y lograr la conjunción de los opuestos. Podemos sugerir
que la psique misma tiene la urgencia de integrar los opuestos
ambivalentes del Self; es un tipo de urgencia superordenadora hacia la
totalidad, que está detrás de la ambivalencia original
antinominal del Self, de la defensa arquetípica (todo intento de
transformación a un arquetipo manifestado presenta una defensa
arquetípica). El Self, en su intento, trata de entrar al mundo a
través de una forma inferior pero inflada, es decir, en forma de
serpiente. Es una imagen excelente para representar la omnipotencia
inferior infantil, es una imagen fangosa, viscosa y terrorífica,
pero correcta (así es como muchas veces aparecen las nuevas
formas del arquetipo). Vemos que el Ego y el Self —en esta
constelación— están identificados, estando el Ego
muy inflado y separado de la vida.
La
confesión de la Reina simboliza los momentos álgidos de
una crisis, donde se devela lo que hemos tratado de omitir u olvidar y
que causó el trauma o la herida primaria.
A partir de entonces comenzó una “prolongada y aburrida sesión para debatir qué debía hacerse” y, al terminar ésta, el Rey concluyó que si el Príncipe había de casarse, entonces sería mejor encontrar primero una novia para el Príncipe Serpiente. Esto era más fácil decirlo que hacerlo, así que el Rey envió a buscar por una Princesa a los más distantes países en los que pudo pensar. La primer Princesa llegó, e inocentemente se dejó envolver en las festividades de la boda, hasta que ya era demasiado tarde para arrepentirse; a la mañana siguiente no quedaba nada de ella y la Serpiente tenía la apariencia de haber dormido placenteramente después de una buena cena. “Después de un corto pero respetuoso período” el Príncipe volvió a salir, solo para ser confrontado una vez más por la Serpiente, ¡más impaciente que nunca! De nuevo fue encontrada una Princesa, a quien tampoco se le permitió ver al novio, hasta que ya fue muy tarde. Después de la noche de bodas, ella también era, tan solo, una protuberancia en el abdomen de la Serpiente. Volvió a salir el Príncipe y de nuevo fue detenido en el cruce de caminos por su hermano Serpiente. En esta ocasión, el Rey iba acompañándolo. No pudieron ser encontradas más princesas y el Rey, en su desesperación, decidió solicitar a uno de sus humildes pastores, quien vivía en una cabaña en el bosque, por su hija como la próxima esposa de la Serpiente. El pastor se negó pero el Rey no aceptaba un “no” como respuesta, de manera que la adorable chica fue notificada de su destino. Empieza
el proceso de destrucción en los intentos de conjunción
con el opuesto. Esa parte negativa destruye, elimina, las posibilidades
de curar.
En
esta etapa el Self solo puede devorar o poseer a su contraparte humana,
no se puede relacionar; por ello es necesario que aparezca una
heroína humilde, quien transforme al monstruo hacia su forma
real, ya no una forma destructiva sino una constructiva, hacia su forma
humana.
Las
dos primeras princesas fueron devoradas o destruidas por la forma en
que ellas entraron en relación con este aspecto psíquico:
inconscientemente. Podríamos compararlo como cuando entramos en
una relación con una pura proyección en el otro, sin ver
realmente con quién nos estamos relacionando.
La hija del pastor estaba llena de pena. Lloró y corrió a través del bosque, sollozante y desolada, hasta que de repente topó con una vieja adivina —aparentemente, la misma que veinte años antes había aconsejado a la Reina en su tristeza— y a esta anciana le expresó sus apuros. “Seca tus ojos mi niña —y haz exactamente lo que te diga”, dijo la adivina. “Cuando la boda se termine, debes pedir ser ataviada con diez prendas de seda, y cuando la Serpiente te pida quitarte una prenda, tu le pedirás que te ofrezca un cambio de piel. Cuando esto suceda nueve veces, él será tan solo una masa serpenteante de carne y entonces deberás azotarlo fuertemente con lazos remojados en lejía. Una vez hecho esto, báñalo en leche fresca y finalmente, tómalo entre tus brazos y abrázalo cerca de ti, tan solo por un breve momento.” “¡Ugh!” lloró la hija del pastor, “¡Nunca podría hacer eso!”, “¡Es eso o ser devorada!” increpó la anciana y desapareció. Aparece
la correcta ánima —lo correcto femenino—, aquello
que pueda realmente ponerse en contacto con el sufrimiento genuino.
Aparece también, de nuevo, la parte femenina espiritual sabia
(en el cuento, la vieja adivina), ese punto de control transpersonal
que “produce” todo el drama.
Al
escoger a una muchacha no perteneciente a la realeza sino a una
campesina —un elemento femenino que tiene relación con la
tierra, con el cultivo, con la vida nutriente, que en cierta manera
representa la función inferior del Ego que nos pone en contacto
con la realidad—, significa que ésta podrá expresar
sus sentimientos verdaderos, su sufrimiento y mortificación
genuinos. Esto es importante porque tiene que suceder antes de que
llegue un apoyo supranatural para envolver el enojo o dolor, bien
justificados, ante nuestro destino. Se requiere de la humildad del Ego
antes de que el insoportable conflicto pueda ser resuelto; se requiere
de humildad para entablar una pelea real con lo desconocido, para tener
el conocimiento de nuestras limitaciones y para poder lograr una
verdadera entrega.
La
hija del campesino debe saber que debajo de esa piel de serpiente
está un Príncipe, es decir, que lo bueno existe en lo
diabólico. Se debe ceder a las fantasías e ilusiones y
estar dispuesto a tener contacto con lo fangoso, lo viscoso, lo
terrorífico… con lo repulsivo de la sombra del Self.
Es
común, en muchos cuentos, que la heroína tiene que
abrazar a lo repugnante, a lo primitivo, y para eso tiene que haber una
enorme compasión. En términos clínicos esto
significa contener todas las energías de la agresividad, lo
sexual y lo ctónico, que yacen sin estar redimidas, bajo lo
“agradable/obediente” del falso Self de la niñez.
Esto es más fácil decirlo que hacerlo… se requiere
mucha energía y valentía por parte del terapeuta, quien
—como la vieja adivina— tiene fe en las complejidades de la
vida (ausentes ya para el traumatizado paciente).
Esta
es la etapa de la tolerancia, del afecto. Especialmente de la
tolerancia hacia los afectos conflictivos dentro de la transferencia de
la relación amorosa.
Es
aquí donde el paciente debe aprender a tolerar los dos afectos,
el amor y el odio hacia sí y hacia la otra persona y admitir
también ambos, amor y odio, hacia el Self.
De manera que cuando la boda terminó y la horrenda Serpiente estaba frente de ella en la cámara nupcial —mitad hombre, mitad serpiente—, la repulsiva criatura se giró y le dijo: “Bella virgen, quítate la prenda”. “Príncipe Serpiente,” ella contestó, “retírate una capa de piel.” “¡Nadie se ha atrevido a pedirme eso antes!” silbó enojado, y por un momento ella pensó que la devoraría, pero en lugar de eso él comenzó a dar quejidos y gemidos y a serpentear, hasta que una dura y larga capa de piel de serpiente yació en el suelo. Ella se quitó la primer prenda de seda y la tendió sobre la piel en el piso. Y así siguió la noche, a pesar de sus protestas y sus quejidos, serpenteos y escupitajos, hasta que al final él era tan solo una burda, gruesa y pegajosa masa, “ya retrocediendo, ya rodando, ya resbalando sobre todo el piso.” Entonces la hija del pastor tomó unos lazos, los baño en lejía como le había sido dicho, y lo azotó con todas sus fuerzas. Cuando quedó exhausta, lo bañó en leche fresca y lo tomó, ya completamente sumiso, en sus brazos y lo abrazó cerca por un momento, antes de quedarse dormida. Usando
el consejo de la vieja adivina, ella se protege con muchas prendas; en
el momento adecuado, le pide a la serpiente que cada uno se quite una
capa de piel y velos al mismo tiempo. Es interesante notar el que los
velos sean de seda, un elemento creado por un gusano: un símbolo
de transformación. Aunque el monstruo protesta, obedece en lugar
de comérsela y cuando, finalmente, él está
completamente vulnerable, ella lo tiene que golpear. Esto, aunque
parece terrible, confronta a la serpiente con su propia agresividad y
con su propia crueldad. El ánima, lo femenino, lo golpea (en el
cuento, con lazos y lejía, que es un elemento purificador). Esta
acción representa que la serpiente tendrá que sufrir en
carne propia lo mismo que hace, a sí misma y a los demás,
para así poder comprender, entender y transformar esa forma
agresiva en él.
A
diferencia de otros cuentos (como “La Bella y la Bestia”),
donde solo hay compasión y amor, en éste (así como
también en “El Príncipe Sapo”) tiene que
haber un elemento agresivo y de confrontación, y la
compasión tiene que aparecer solo hasta que la
transformación sea completa. El error de muchos terapeutas es el
de moverse con compasión antes de tiempo. En mi experiencia,
muchos pacientes no toleran el aspecto transformativo de su herida,
causada por la omnipotencia del niño, y se van del
análisis… la transformación de la herida primaria
no se puede dar.
Mi
idea es que, tal como las heridas infectadas se tienen que limpiar
profundamente para ser curadas, así hace la heroína en el
cuento —con su agresión controlada y virtualmente
coordinada (ya que es a través del punto de control
transpersonal, representado por la vieja adivina). ¡Es necesario
tocar la vulnerabilidad máxima de nuestro propio Ser!
Hay
que recordar que mientras el arquetipo no esté transformado y
humanizado, tanto los aspectos benevolentes como los
terroríficos del mismo provocan crisis. En el cuento, es
importante notar el hecho de que las múltiples capas de piel que
la serpiente tiene que desprenderse, representan básicamente
¡una imagen bellísima de transformación y
crecimiento!… es a través de la renovación de
nuestras pieles psíquicas como podemos renovar los aspectos de
nuestra personalidad, justo en el momento en que la pérdida de
la piel nos pone en “carne viva”, de desnudez total, es
decir, sin defensas. Es interesante también ver que, muchas
veces son necesarios los aspectos de empatía y de espejar a
nuestra pareja (me refiero a las parejas de amor, de
padre-madre/hijo-hija, de terapeuta/paciente), donde nos tenemos que
desprender de capas junto con el compañero o compañera.
En
el cuento, la compasión se da a través del baño de
leche, que es como el abrazo de la madre nutriente; representa
también la unión de amor que se puede dar en una pareja
(interior o exterior) que ha logrado su transformación. Es
necesaria la capacidad de compasión en nuestro trabajo personal,
así como con los pacientes, cuando descubrimos lo maligno y lo
benigno (lo feo y lo bello) de nuestra personalidad. En arte existe la
belleza sublime, que es exactamente la belleza que surge del terror.
Cuando en nuestro trabajo psíquico cruzamos a través de
lo maligno de nuestra personalidad, el tener compasión por
nuestras limitaciones, nuestros errores, hará posible que
transformemos lo horripilante de nosotros en algo bello, pero en forma
sublime.
A la mañana siguiente, el Rey y su corte vinieron con pena a la cámara nupcial —temerosos de entrar. El rey abrió de par en par la puerta. Ahí estaba la adorable hija del pastor, toda cubierta por el rocío del amanecer, Y en sus brazos ya no estaba la Serpiente “sino un esplendoroso Príncipe, tan hermoso como verde es el pasto.” El palacio se llenó de júbilo con este descubrimiento y después del regocijo vino una celebración de bodas como nunca se ha vuelto a ver. Desde ese entonces, el Príncipe y su nueva Princesa reinaron felices para siempre. Este
cuento es una metáfora de lo que ha sido mi trabajo personal y
de lo que aplico en el trabajo con mis pacientes. La vida de todos
aquellos que han caminado conmigo y que han podido tocar y transformar
el horror de sus almas en algo bello, tiene ahora otro significado y su
relación con el mundo es más tolerable y amorosa.
¡Muchas gracias!
Dra. María Abac Klemm
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