Dra. María Guadalupe Abac Archundia
La Máscara se va a originar de la continua dualidad de la vida humana,
hecha de gozo y dolor, de satisfacción y decepción, etc.
Esta dualidad se inicia cuando somos bebés y vamos experimentando la
relación con nuestros padres y con el mundo; en ese estado hay una
enorme vulnerabilidad y no existe aún un aspecto racional para poder
elaborar un juicio adecuado de lo que vivimos con los otros.
Y como, en términos generales, el Ser humano huye del dolor, del
desamor, del rechazo, es en esa huida que vamos a crear las formas para
protegernos y, básicamente, esto es el origen de la Máscara.
Lo más doloroso para un niño es el rechazo, la ausencia, la no
satisfacción de sus necesidades, y le es muy difícil entender los
castigos y las privaciones. El niño interpreta las ausencias afectivas
como una responsabilidad provocada por él mismo, y trata de resolver el
dolor de la retirada del amor. ¿Cómo lo hace? Negando, reprimiendo,
adormeciendo su propio dolor.
Un niño, para sobrevivir en la relación con el Otro, tratará de crear
una aprobación o hacerse invulnerable al rechazo, de ahí que empiece a
crear una imagen idealizada de sí mismo, positiva o negativa. Además,
nadie, ningún padre, puede dar una seguridad plena a un niño, porque
depende de cada Ser humano la forma como interpreta una situación de
manera objetiva. Es decir, cada niño, dependiendo de su temperamento y
habilidades, interpretará de manera distinta la sensación afectiva
recibida de los padres o del mundo; y es muy difícil predecir qué tanto
afectará a un niño un ambiente negativo, porque hay seres humanos que
por sus habilidades genéticas pueden hacerse héroes, y otros sólo son
devastados.
En mi experiencia, ayuda mucho a mis pacientes cuando pueden recordar
los momentos de vida en que recibieron algo intolerable, doloroso, y
cuál fue la decisión que tomaron para resolverlo o para no hacerlo.
Así, en lugar de negar nuestros sentimientos y construir una Máscara
que nos impida tener contacto con nosotros mismos, la podremos usar,
quitarla o ponerla, sin identificarnos con ella, sólo para las
situaciones que nos pueden destruir. Pues una Mascara inamovible sólo
nos hará dejar pasar la vida sin ser lo que somos.
Lo conveniente es no desarrollar Máscaras que impidan el sentirnos
capaces de vivir la vida en lo que somos, sin ser victimas de los demás
ni de nuestros propios complejos o personalidades parciales, ni negar
nuestra Sombra, ya sea positiva o negativa.
Por ejemplo, un punto muy peligroso es cuando creamos una Máscara para
ser perfectos, para gustar a todo el mundo, para satisfacer todas las
demandas de los demás... esto es prácticamente imposible, porque mata
al alma y al espíritu, nos volvemos estereotipados, falsos, vacíos; y
si queda aún una cierta sensibilidad, sentiremos una soledad
existencial terrible.
Otro ejemplo es cuando la Sombra se adhiere a nuestra personalidad, de
tal manera que dejamos realmente de sentir y actuar con la frescura del
Ser, y construimos esa imagen idealizada de nosotros mismos, que una
vez más inhibe y mata lo auténtico (digamos, cuando una errónea imagen
idealizada provoca que sintamos que somos indignos de ser amados o
aceptados por el mundo).
Nuestras heridas no deberían quedar congeladas en nuestra personalidad,
sino permitirnos volver a recrear aspectos de ésta, para así
relacionarnos con la realidad actual. El problema es insistir en la
herida de ser rechazados o de no tener derecho a amar o crear.
Al aprender a aceptarnos en nuestras limitaciones, potenciales,
imperfecciones, en lo que naturalmente se nos ha dado, podremos lograr
construir una Máscara más sensible y hacer de ésta un vestido que, por
así decirlo, nos podamos poner y quitar según la estación del año y
según el evento, sin comprarnos la idea de que somos ese vestido
Dra.
María Guadalupe Abac Archundia
Mayo 2016