Tema del Mes

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Siendo el mes de mayo un mes dedicado a las madres, pensé en solicitarle a la maestra y filósofa Patricia Ortega Henderson una charla acerca de la Virgen de Guadalupe y su significado, así como de la importancia que Su presencia ha tenido para el pueblo mexicano. Ella es una gran conocedora del tema y lo ha estudiado y trabajado por mucho tiempo.

Todos conocemos a la Virgen de Guadalupe quien, de manera interesante, es una madre joven, una virgen negra, compasiva, amorosa, que ha acompañado por varios siglos a nuestro pueblo mexicano.

La maestra Ortega Henderson nos ofrece ahora un aspecto histórico del suceso emergente, de la aparición, de la Virgen de Guadalupe, escrito en forma por demás amena; posteriormente tendremos una charla para hablar del significado e importancia de la Virgen de Guadalupe y de Juan Diego (un indígena puro, no un español ni un mestizo), y de las implicaciones que tiene esta relación madre-hijo para nuestra cultura.

Agradecemos mucho a la licenciada y filósofa Patricia Ortega Henderson su generosidad, al permitirle a Editorial Fata Morgana publicar este enriquecedor material.

María Guadalupe Abac Archundia
Mayo, 2013



GUADALUPE en el final del Quinto Sol
Circunstancias históricas
Por Patricia Ortega Henderson

Patricia Ortega Henderson es licenciada en filosofía y psicoterapeuta.
Primary Trainer, Association for Music and Imagery.
Fundadora del Círculo Dijagunaa ("Palabra de Mujer") de mujeres zapotecas.
Conductora de retiros sobre el Espíritu Femenino en Oaxaca.

Según la tradición piadosa mexicana, en 1531, diez años después de la caída de Tenochtitlán, cuando el mundo indio parecía destinado a morir de tristeza, sucedió lo increíble; escogió Nuestra Señora de Guadalupe, Ella sabe por qué, venir a quedarse en este Nuevo Mundo, descubierto por Colón 39 años antes.


Y escogió, la que dijo “Yo soy vuestra Madre compasiva”, al indio Juan Diego para transmitir su mensaje y lograr la salvación y transformación de un pueblo. México, por Ella, es lo que es y sin Ella no sería… Hecho excepcional, trascendental, esencial y decisivo para esta nueva nación que surgía del choque de dos mundos contrapuestos: el indígena y el europeo.

No era nueva para los pueblos indios la idea de la Madre de Dios y de los hombres; tampoco se oponía la creencia en infinidad de dioses, a la fe en una deidad suprema primordial: Ometéotl, “Dios Dos”, el principio dual creador, masculino y femenino, la pareja increada, una deidad andrógina que contiene los opuestos, Padre y Madre de dioses y diosas, Señor y Señora de la dualidad… “Por quien vivimos”, “sin el cual el hombre es como nada”, son palabras del diálogo delicado entre la Virgen Mestiza y Juan Diego.

La increíble historia de cómo Cortés vence a los indios en 1521, no se entiende si no se toma en cuenta que el drama de la Conquista de México, antes que en los campos de batalla, se libró en los terrenos íntimos del alma de los dos contendientes, regida por dos concepciones religiosas diferentes y opuestas y, paradójicamente, concordantes en la imagen de Quetzalcóatl-Jesucristo.


Pero el nuevo Dios-Jesucristo, extranjero, impuesto por la brutalidad de la Conquista, quedó fuera del sentir indígena. Para ellos la cruz, insignia de Cortés, significó la guerra “total”, masacre, destrucción y esclavitud.


La creencia fundamental del sacrificio de la vida humana en ofrenda a los dioses, sus ritos y su forma de entender la vida y la muerte era totalmente ajena al puñado de aventureros venidos de otro mundo.

Estas líneas son una breve reflexión sobre las creencias en que vivía el mundo de los nahuas, las circunstancias históricas y psicológicas a la llegada de los españoles, que condicionaron el desarrollo y desenlace del acontecimiento guadalupano.

En las cartas escritas por los primeros misioneros y conquistadores encontramos amplias referencias a cómo fueron afectados los europeos por todo lo que vieron en el Nuevo Mundo, y especialmente por la peculiaridad de los sacrificios humanos que practicaban los indios, como ofrendas a sus dioses.

Los mexicas o aztecas, pueblo venido del norte, guiado por su dios tribal Huitzilopochtli, “colibrí zurdo”, identificado con el Sol y dios de la guerra, después de peregrinar de un lado a otro, se estableció en el centro del lago en el Valle de México. Era una tribu profundamente religiosa que traía la convicción de ser “el Pueblo del Sol”.



La realidad histórica de los protagonistas era tan diversa como fantástica. De hecho, ambos vivían un mundo mágico, donde los factores sobrenaturales eran mucho más importantes que los humanos. Entre los indios existía la creencia general de que era Quetzalcóatl quien regresaba de su autoexilio y que su reinado, identificado con la Edad de Oro, sería restaurado al derrocar a su antiguo rival, Tezcatlipoca. Para los españoles era Cristo que llegaba a desbancar a Satán, y lo mismo daba que los indios lo llamaran Huitzilopochtli, Quetzalcóatl o Tezcatlipoca; fue la profecía del retorno de Quetzalcóatl la confirmación de la misión providencial de los españoles de cristianizar a los herejes del Nuevo Mundo.

Siendo ambos grupos guerreros y homicidas, los españoles consideraron los sacrificios humanos como horrendas obras del demonio. Por otro lado, según el sentir de los indios, la actitud que veían en los españoles era una avidez de oro y una feroz sed de sangre, hiriendo y matando sin sentido.



Para los indios, los sacrificios eran la más preciosa ofrenda, la sangre era sangre divina, el “agua preciosa”, el alimento y sustento de los dioses. El sacrificio era un elemento de trascendencia que convertía a los hombres en co-creadores con los dioses.

La muerte no era el fin de un tiempo lineal que avanzaba hacia el futuro, sino el eje central en torno al cual giraba la vida cíclica del cosmos, del hombre y del maíz. Vida y muerte se integran y son generadas por energías divinas que viven en el cielo y en el inframundo. La Tierra, ubicada entre ambos, es la región de la vida del hombre, es donde se da la lucha y armonía de la dualidad.

El mito de la creación del Sol y la Luna en Teotihuacán festeja este aspecto regenerador: los dioses Nanahuatzin y Tecuciztécatl se sacrifican, lanzándose al fuego para convertirse en los astros celestes; entonces comienza el movimiento y comienza a correr el tiempo, creando las condiciones propicias para la vida en la Tierra.

Los antiguos concebían la muerte como la vuelta cíclica a la intimidad materna de la Tierra. Así lo confirma el mito de la creación del hombre, la muerte es la matriz de la existencia: Quetzalcóatl baja al Mictlán (mundo de los muertos) en busca de los huesos-jade, para fecundarlos con su sangre, que brota del pene sacrificado, y crear a los seres humanos del Quinto Sol.

Los antecesores de los aztecas, admitían que el Anáhuac, “en el cerco del agua”, nombre dado a todo su mundo conocido, era de Quetzalcóatl, un rey mítico divinizado que enseñó todas las artes a sus dichosos súbditos; creando una tierra de abundancia donde todos eran felices, sin guerras ni sacrificios humanos. Pero un dios rival, Tezcatlipoca, asociado después con Huitzilopochtli, consiguió engañarlo y hacerlo pecar, emborrachándolo. En su inconsciencia, llama a su hermana y bebe con ella. Al darse cuenta de lo que había hecho, Quetzalcóatl, lleno de arrepentimiento y de vergüenza, se autoexilió y se purificó arrojándose al fuego, pero prometió volver algún día a reasumir la posesión de sus tierras.


Fue ese vacío de poder divino lo que aprovecharon los mexicas, “Pueblo del Sol”, para instalarse como dueños, aunque con la amarga certeza de que eso era sólo un arreglo provisional. Reinó entonces el Sol, Huitzilopochtli-Tezcatlipoca, que exigía sacrificios humanos.

Según el mito, Huitzilopochtli nació de la vieja diosa virgen-madre, la Tierra, Coatlicue, quien después de parir a innumerables hijos, la Luna y las Estrellas, vivía retirada en su templo del Tepeyac. Estando un día barriendo, le cayó del cielo un puñado de plumas de colibrí, que se echó al seno, sintiéndose embarazada al instante. Al darse cuenta de ello sus otros hijos, indignadísimos y lidereados por su hermana la Luna, quisieron matarla.


Justo en el momento de intentarlo nació el Sol, ricamente ataviado con su traje de guerrero y completamente armado; mató a todos ellos, desmembrando a su hermana Coyolxauhqui, la Luna, con la serpiente de fuego, el rayo. Entonces el Sol brilló con su luz sobre el universo, en un cielo sin competidores, y todo parecía perfecto, cuando la Luna y sus hermanos, las Estrellas, se repusieron y lo mataron a su vez, muriendo él en un mar de sangre, en el crepúsculo vespertino.

El Sol fue a dar al inframundo, y ahí se hubiera quedado para siempre de no ser porque intervinieron sus hijos los hombres, que con sus ofrendas de sangre y sus corazones, las “flores preciosas”, le permitieron renacer, iniciando así la perenne lucha cíclica que vivían, de constante guerrear entre el Sol, la Luna y las Estrellas.

El Cosmos, por tanto, no era algo estable y tranquilo, sino una situación de precario equilibrio en la que los hombres eran esenciales para dar vida con el “jade líquido”, que se ofrece noblemente en sacrificio al Sol, de lo contrario moriría y sería el final del “Quinto Sol”.

La necesidad de alimentar constantemente al Sol los llevó a convertirse de pueblo nómada salvaje en conquistadores, aunque relativamente, pues las tribus conquistadas quedaban enteramente libres, limitándose los mexicas a tomar prisioneros, cobrar tributos y colocar en sus altares, al lado de sus dioses locales, a Huitzilopochtli, el dios de los aztecas, lo que implicaba un vasallaje moral, que no todos estaban dispuestos a aceptar.



Moctezuma Xocoyotzin era, a la llegada de los españoles, el Huey Tlatoani, “jefe de los que hablan”, el principal de los aztecas, de quien dependía la guerra o la paz. Gran guerrero y hábil político, pero lo que más definía su persona, por encima de sus cualidades de estadista o militar, era su profunda religiosidad.

Su vida fue una continua lucha entre lealtades conflictivas. Dedicado por su nacimiento a Quetzalcóatl, sin embargo, como Huey Tlatoani de Tenochtitlán, quedaba irrevocablemente abocado a la gloria de Tezcatlipoca-Huitzilopochtli.



Era esperado el regreso del dios Quetzalcóatl, “Serpiente Emplumada”, su nombre representa la unión de los opuestos cielo y tierra, cuando en San Juan de Ulúa desembarcan los españoles. Era Viernes Santo, y por una increíble sincronicidad, ese 22 de abril de 1519, era para Moctezuma el día 9 Viento, del año Uno Caña, “ce-ácatl”, el día preciso del nacimiento de Quetzalcóatl, en el único año, dentro del siglo, que le era consagrado.

Una serie de coincidencias y malentendidos, signos que Moctezuma interpretó como sobrenaturales, así como también la alianza de pueblos resentidos del dominio azteca y la importante y decisiva misión de doña Marina, facilitaron el triunfo de Cortés.

La idea de la “Guerra Florida”, como pacto con otros pueblos para obtener las “Flores Preciosas”, o corazones de los prisioneros, tenía para los aztecas el significado no de choque de ambiciones humanas, sino de enfrentamiento de dioses. No concebían la guerra “total” de los españoles, para quienes vocación cristiana y guerra eran sinónimos en su misticismo-feudalismo-militarismo, cuya esencia era conquistar a los infieles y obedecer al rey, elegido por dios.

Era creencia general de los indios que el mundo había sido creado y destruido alternativamente cuatro veces por los gemelos divinos Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, que correspondían a los cuatro soles: sol de agua, sol jaguar, sol de viento y sol de lluvia de fuego. Finalmente, se creó en Teotihuacán un Quinto Sol, el Sol del movimiento que vemos representado en la Piedra del Sol. En el centro se encuentra Tonatiuh, el Sol creado por Quetzalcóatl. Sus cuatro predecesores habían sido destruidos, junto con la Tierra y los seres humanos.


Creación y destrucción, vida y muerte, se manifiestan en las principales deidades femeninas de los antiguos: Coatlicue, Cihuacóatl, son diosas madres vírgenes de la fecundidad ligadas a los ritmos cósmicos, los procesos de vegetación y los ritos agrarios. Relacionadas con la muerte y el inframundo simbolizan el carácter elemental negativo femenino.

Todas estas imágenes simbolizan aspectos de una misma divinidad, la Gran Diosa Madre, en su función dual de creadora y destructora. La razón de esto es que lo Terrible Femenino es un símbolo del inconsciente. Y la parte obscura de la Madre toma formas monstruosas, ya sea en Egipto como en la India, Roma o México. La Gran Madre es la Tierra, la “materia prima”, el caos primordial, la deidad autocreadora, omnipresente y sin rival.

El inconsciente del ser humano, es decir el mundo instintivo, el estrato psíquico del cual surge la consciencia en el curso de la historia, se experimenta como maternal y femenino. En su aspecto negativo es percibido como muerte y destrucción, peligro y dificultades, hambre y desnudez; así lo vemos expresado en el arte azteca en imágenes fantásticas que muestran tal diversidad de elementos como garras, serpientes, cráneos, conchas, plumas, manos, corazones, cuchillos, miembros y órganos mutilados. Aquí sentimos el pulso de la guerra, el sacrificio, la muerte y la maternidad.

En su aspecto positivo, el inconsciente se expresa en imágenes como la vida, la naturaleza y el alma, y se experimenta como la madre generativa y nutricia, protectora y cálida. Por el contrario, la conciencia se considera como masculina.

Como es sabido, la Conquista coincide con el apogeo del culto de las divinidades masculinas, tanto entre los aztecas como en el cristianismo de los españoles. Para el mundo indio, la derrota de los dioses masculinos significó el fin de un ciclo cósmico y la instauración de un nuevo reinado divino.

En el choque de ambos mundos pereció la figura de Cristo-Quetzalcóatl, dejando en el alma de los vencidos desesperanza y el más cruel desamparo. Cuando todo estuvo consumado, les era imposible imaginar lo que seguiría: la destrucción de sus dioses y sus creencias, el aniquilamiento de sus instituciones políticas, la tortura infligida a sus reyes para arrancarles sus tesoros, el hierro rojo de la esclavitud.

Era el día 1 Serpiente, del año 3 Casa: 13 de agosto de 1521…
El mundo indio, con toda su cultura y valores, el Quinto Sol,
aunque iluminaría por otras generaciones con sus últimos resplandores,
había muerto para siempre, pese a los torrentes de sangre ofrendados para alimentarlo.


En el Tepeyac, humeaban las ruinas de uno de tantos templos destruidos, arrasado hasta el suelo:
era el templo de Tonantzin, la Madre de los mexicanos…




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BIBLIOGRAFIA

X. Escalada, GUADALUPE. Arte y Esplendor, Fernández Cueto Editores, México, 1989.

J. L. Guerrero. Flor y Canto del Nacimiento de México, Editor Fernando Fernández, México, 1979.

J. Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México, FCE, México, 2002.

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