Tema del Mes > Mayo  2008



El cuento del Príncipe Serpiente

Este mes les presentamos un cuento. Nos gustaría que nuestros lectores opinaran sobre él y su forma de redimir la monstruosidad del alma.

Esta forma de trabajo (la del cuento) es muy opuesta a la forma moderna de hacer terapia. Después de leer las opiniones de Ustedes, voy a tratar de escribir lo que a mí me ha significado este cuento, en relación a mis casi 40 años aplicando terapia.

Los invito a dar sus opiniones…
Dra. María Abac Klemm



El Príncipe Serpiente



Había una vez un Rey y su amada Reina, quienes vivían en dichosa felicidad, excepto por una cosa: no tenían hijos. Un día, la Reina llena de tristeza, consultó a una vieja adivina que vivía en el bosque y le fue dicho el remedio a su esterilidad. Debería poner una pequeña vasija boca abajo en su jardín, dijo la adivina, y a la mañana siguiente ella encontraría dos rosas, una blanca y una roja, creciendo debajo de ésta en un mismo tallo. Si se comiera la rosa roja, tendría a un niño; si comiera la rosa blanca, a una niña. En cualquier caso, tendría que elegir una u otra. Si se comiera las dos, resultaría una catástrofe.

La Reina estaba extasiada e hizo tal como la anciana dijo, pero después de comerse la rosa blanca, le entró la codicia, olvidó su promesa y se comió la segunda rosa también. Cuando llegó el tiempo del parto nacieron unos gemelos, pero el primero en nacer fue una horrible Serpiente con brazos y piernas. La Reina quedó terriblemente asustada al verla, pero de un movimiento rápido la jaló y la quitó de la vista, de manera que nadie más la vio. Además, justo después de la Serpiente nació un precioso niño, quien era tan maravilloso y apuesto y hacía a todos tan felices, que la Reina vivió su vida como si la Serpiente nunca hubiera existido.

Muchos felices años después, el gallardo Príncipe partió en una carroza real en busca de aventuras y de una esposa. Sin embargo, apenas había llegado al cruce de caminos, que una enorme Serpiente con colmillos amenazadores apareció detrás de él y silbó. “¡Una novia para mi antes de una novia para ti!” El Príncipe regreso de inmediato al castillo y el Rey estuvo a punto de enviar un ejército a combatir a la bestia, cuando la Reina pensó que era el momento de confesar que la Serpiente había tan solo reclamado lo que era su derecho —era quien había nacido primero y tenía el derecho a casarse primero.

A partir de entonces comenzó una “prolongada y aburrida sesión para debatir qué debía hacerse” y, al terminar ésta, el Rey concluyó que si el Príncipe había de casarse, entonces sería mejor encontrar primero una novia para el Príncipe Serpiente. Esto era más fácil decirlo que hacerlo, así que el Rey envió a buscar por una Princesa a los más distantes países en los que pudo pensar. La primer Princesa llegó, e inocentemente se dejó envolver en las festividades de la boda, hasta que ya era demasiado tarde para arrepentirse; a la mañana siguiente no quedaba nada de ella y la Serpiente tenía la apariencia de haber dormido placenteramente después de una buena cena. “Después de un corto pero respetuoso período” el Príncipe volvió a salir, solo para ser confrontado una vez más por la Serpiente, ¡más impaciente que nunca! De nuevo fue encontrada una Princesa, a quien tampoco se le permitió ver al novio, hasta que ya fue muy tarde. Después de la noche de bodas, ella también era, tan solo, una protuberancia en el abdomen de la Serpiente. Volvió a salir el Príncipe y de nuevo fue detenido en el cruce de caminos por su hermano Serpiente. En esta ocasión, el Rey iba acompañándolo. No pudieron ser encontradas más princesas y el Rey, en su desesperación, decidió solicitar a uno de sus humildes pastores, quien vivía en una cabaña en el bosque, por su hija como la próxima esposa de la Serpiente. El pastor se negó pero el Rey no aceptaba un “no” como respuesta, de manera que la adorable chica fue notificada de su destino.

La hija del pastor estaba llena de pena. Lloró y corrió a través del bosque, sollozante y desolada, hasta que de repente topó con una vieja adivina —aparentemente, la misma que veinte años antes había aconsejado a la Reina en su tristeza— y a esta anciana le expresó sus apuros. “Seca tus ojos mi niña —y haz exactamente lo que te diga”, dijo la adivina. “Cuando la boda se termine, debes pedir ser ataviada con diez prendas de seda, y cuando la Serpiente te pida quitarte una prenda, tu le pedirás que te ofrezca un cambio de piel. Cuando esto suceda nueve veces, él será tan solo una masa serpenteante de carne y entonces deberás azotarlo fuertemente con un lazos remojados en lejía. Una vez hecho esto, báñalo en leche fresca y finalmente, tómalo entre tus brazos y abrázalo cerca de ti, tan solo por un breve momento.” “¡Ugh!” lloró la hija del pastor, “¡Nunca podría hacer eso!”, “¡Es eso o ser devorada!” increpó la anciana y desapareció.

De manera que cuando la boda terminó y la horrenda Serpiente estaba frente de ella en la cámara nupcial —mitad hombre, mitad serpiente—, la repulsiva criatura se giró y le dijo: “Bella virgen, quítate la prenda”. “Príncipe Serpiente,” ella contestó, “retírate una capa de piel.” “¡Nadie se ha atrevido a pedirme eso antes!” silbó enojado, y por un momento ella pensó que la devoraría, pero en lugar de eso él comenzó a dar quejidos y gemidos y a serpentear, hasta que una dura y larga capa de piel de serpiente yació en el suelo. Ella se quitó la primer prenda de seda y la tendió sobre la piel en el piso. Y así siguió la noche, a pesar de sus protestas y sus quejidos, serpenteos y escupitajos, hasta que al final él era tan solo una burda, gruesa y pegajosa masa, “ya retrocediendo, ya rodando, ya resbalando sobre todo el piso.” Entonces la hija del pastor tomó unos lazos, los baño en lejía como le había sido dicho, y lo azotó con todas sus fuerzas. Cuando quedó exhausta, lo bañó en leche fresca y lo tomó, ya completamente sumiso, en sus brazos y lo abrazó cerca por un momento, antes de quedarse dormida.

A la mañana siguiente, el Rey y su corte vinieron con pena a la cámara nupcial —temerosos de entrar. El rey abrió de par en par la puerta. Ahí estaba la adorable hija del pastor, toda cubierta por el rocío del amanecer, Y en sus brazos ya no estaba la Serpiente “sino un esplendoroso Príncipe, tan hermoso como verde es el pasto.” El palacio se llenó de júbilo con este descubrimiento y después del regocijo vino una celebración de bodas como nunca se ha vuelto a ver. Desde ese entonces, el Príncipe y su nueva Princesa reinaron felices por siempre.



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