Este mes de marzo les
compartimos una nueva colaboración de la poeta y
escritora, Dra. Carmen Real, doctora en filología en literatura
hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid.
En esta ocasión, por medio de una amena narrativa, acompañada de
imágenes poéticas, ella nos describe y sorprende con sus evocaciones
sobre el tema de nuestra más reciente publicación, el libro “Abuelos”,
de Isabelle Meier (2019).
Agradezco mucho a la Dra. Carmen Real por su constante y erudito
acompañamiento a nuestra labor editorial, siempre presente como
lectora, colaboradora y comentadora del material junguiano que vamos
publicando.
Dra.
María Guadalupe Abac Archundia
Marzo de 2020
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Mis
abuelos...
Autor: Dra. Carmen Real
En
febrero12, 2020:
Hola María!
Tal como convenimos, te remito el texto [...] Agregué una
foto del árbol bajo el cual escribí los poemas en Sevilla. Era el mismo
tipo de árbol que había en la casa de mis abuelos, y bajo el cual solía
sentarme con mi abuelo. La intensa fragancia de las flores persiste en
el tiempo.
Cuando llegué a Sevilla, tuve que hacer trasbordo de tren y
esperar la conexión a Isla Cristina pues iba a la casa de una amiga,
aquel verano. Salí a dar una vuelta alrededor de la estación y me
detuve bajo un árbol y allí me alcanzó aquella fragancia familiar y la
presencia de mi abuelo se hizo muy poderosa.
Así comencé a escribir un
poemario para él. Los textos que te adjunté son parte de ese poemario
que lo escribí solo para mí, forma parte de una suerte de árbol
familiar muy íntimo que ahora comparto contigo y los posibles lectores
de la página de tu editorial.
Gracias por tu interés.
Un abrazo y hasta pronto.
Carmen |
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En diciembre 10, 2019:
Querida María:
¡Felicitaciones por este nuevo logro! ["Abuelos", de Isabelle Meier,
2019] El título encendió en mí muchos recuerdos y emociones. Digo el
título pues no lo he leído aún. Promete un acercamiento al misterio de
nuestras raíces y de la memoria ancestral.
Sí, mis abuelos maternos fueron para mí importantísimos. Mi abuelo
Rafael me brindó el amor incondicional, la aceptación y la alegría de
estar en la vida. Me solía contar mi abuela que cuando mi madre me
llevaba de visita, apenas podía sujetarme pues pretendía saltar por mi
cuenta del cochecito. Mi abuelo me esperaba con los brazos abiertos.
Allí estaba él, con el corazón dispuesto y la parsimonia silenciosa que
lo caracterizaba, ¡y que tanto enervaba a mi abuela!.
Mi abuela Dolores era una mujer llena de premura, y ambición, enérgica
y voluntariosa. Imprimía urgencia en todo lo que hacía. Con el tiempo
aprendí a sostener su ritmo y a enfrentarla imitándola, intentando
ejercer mi voluntad. Mis pretensiones infantiles naufragaban
reiteradamente pues mi madre era su principal cómplice y estaba
sometida a aquella férrea voluntad de mujer emprendedora.
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Para mi abuela Dolores
Romero, gaditana inmigrante que murió en Tucumán, Argentina
Cádiz
Grandes peñascos
Desguajadas sábanas blancas
apretado, albo manojo
sacrificado a la mar
Albur y soledades
insondable profundidad
desde tus blancas ventanas
abiertas, cerradas
secas de tanto mirar
Atalaya de muchos ojos
destino de mucho andar
desguajados velos negros
porque un barco va a zarpar
Tu entraña de viento y plata
se acuesta sobre peñascos
se acuesta a esperar
Cádiz de muchas sangres
vuelves la espalada a la mar
no la dejes sola
que ella te clama
Cádiz, ay, abre tus ojos
vuelve a mirar
Desguajados velos blancos
velos negros de tanto esperar
Cádiz se abre, Cádiz se cierra
no quiere ya su alegría
no quiere ya su tristeza
Cádiz, no quiere dolerse más
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Cádiz sin ti
Cádiz amanece sin ti
Cádiz oscurece en tu ausencia
Qué barco te lleva a tierras lejanas
Qué barco que no regresa
Tu sangre se esparce en otra selva
Tu sueño de amor se pudre en una gangrena
Cádiz amanece sin ti
Cádiz oscurece en tu ausencia
Tus pies de niña cargan cadenas
Tus pies de mujer visten medias negras
¡Ay! qué barco es ese barco
que no regresa
de un mar a otro mar
transporta tus penas
Cádiz amanece sin ti
Cádiz oscurece en tu ausencia
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Mi
abuelo murió joven, en un accidente. Mis abuelos vendían carbón a
granel, y mi abuelo salía a repartirlo en una «jardinera» o carro
tirado por una yegua blanca, arisca y nerviosa que sólo obedecía a
regañadientes las rindas de su amo. Un día de regreso del reparto, casi
llegando a su casa, la yegua se asustó ante el ruido y la presencia de
un auto que apareció de improviso, aterrada se irguió sobre sus patas
traseras. Mi abuelo perdió el equilibrio y cayó hacia atrás,
desnucándose en el cordón de la vereda.
Esta fatalidad marcó la vida de
toda la familia. Mi abuela derramó todo su dolor y su furia, castigando
a latigazos a la yegua. Casi enloqueció, y mis padres se trasladaron a
la precaria casa de mis abuelos a fin de acompañar y mitigar la viudez
de doña Dolores. Todavía conservo recuerdos de aquel fatídico día. Los
gritos de mi abuela llamando a su hombre, intentando arrancárselo a la
muerte. El llanto desconsolado de mi madre, mientras cosechaba hojas de
naranjas y flor de azahar, y mi absoluto desconcierto, luego desolación
ante la ausencia del tan amado...
Tenía apenas cuatro años pero todo
quedó impregnado en mi alma.
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Para mi abuelo Rafael Prado, escrito en Sevilla, bajo
un árbol del Paraíso o Cinamomo, traspuesta por su fragancia que me
acercó nuevamente la presencia de mi abuelo.
Identidad
No hay día ni mes
No hay nombre de un pueblo
No hay en tus papeles qué descifrar
Ningún ardid, ningún envés
Sólo figura el año mil ochocientos noventa y cuatro
Y Sevilla que te vio nacer
De su vientre de azucena
Partiste para no volver
Acicalado y simple
Cincuenta y tres años después
Un dieciocho de marzo certificaste
Tu origen, en Tucumán, Argentina
Como quien nace otra vez
De profesión jornalero
Estado civil casado
Y sabe escribir y leer
La sonrisa en los ojos
La frente ancha y despejada
Y un dejo de altivez
Estampaste tu pulgar derecho
Y firmaste cuidadoso
Tu nombre cifrado: R. Prado
Bajo cédula de identidad
Número ciento cuarenta y tres mil
Quinientos seis
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Hacia el edén
!Qué no llegas, Rafael!
!Que no llegas!
¡Aquiétala!
Loca de espanto
La yegua blanca cabalga
Por las orillas del llanto
Libre de riendas tu mano
Gozosa vuela
¡ah!, parece un saludo
El último de don Rafael Prado
Ya no llegas
Ya no te alcanza el ánimo
De seguir tu camino
Junto a los que te están esperando
Gime de adioses la tarde
Se embriaga el aire de relinchos y de llanto
Mientras tu cuerpo cae al camino
Como un noble fruto que arde
De todo y de nada saciado
Ya no llegas
Ya no te alcanza el destino
Hoy tu última carta has jugado
Hoy tu último pitillo has liado
Hoy has bebido tu última jarra de vino
A dónde vas tan de prisa
Tan ahíto de olvido
Como un leve aleteo
Tu pensamiento roza
A quienes más has amado
Sonríen tus labios
Bajo el negro bigote
¡Rafael! Grita ella traspuesta
Y tu nombre casi te alcanza
Pero hay otra yegua blanca
Que impaciente te espera
Acercando su tibio hocico
Sus aterciopeladas ancas
Ya te vas Rafael
Ya todo está hecho
Ya nada reconoces del mundo
Tu alma
Ya se acerca al vergel
Ése que siempre soñabas
Ése que llamabas, mi Edén
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Esta muerte marcó
mi vida. Al lado de mi abuela crecí junto a un árbol de adoloridos
gajos y de nutritivos frutos, a veces amargos, otros jugosos y
sustentadores.
Ella me inculcó el amor a los libros y al estudio. Hizo mi ropa, porque
era una modista extraordinaria. Me vistió por fuera y por dentro. Me
nutrió con su más intenso deseo: estudiar, tener una profesión, «ser
alguien», todo esto como un modo de cambiar el destino que mostraba un
rostro aciago.
Apenas sabía escribir, y sin embargo me enseñó a deletrear, a sostener
un libro en mi mano y me regaló para siempre la postura perfecta de la
lectura en voz alta. Amaba aquello, los libros, la escritura, la
lectura. Eran su divina obsesión, un fuego con el que encendió mi
corazón y mi mente y salvó mi vida de grandes catástrofes. Ese fue su
legado. Y yo levanté esa bandera y la llevé lejos. Atravesé el océano y
regresé a la tierra que la vio partir como niña. Volví a su Andalucía
natal, regresando su sangre al cauce de donde brotó.
Dolores Romero era su nombre. Dicen en Cádiz que todos los Romeros
tienen ancestros calé, gitanos. Será. Una noche en Málaga me lo contó
una gaditana que reconoció el acento gaditano cuando le hablé de mi
abuela. Esto y mucho más podría contar. Hoy soy lo que soy porque ella
me lo dio, y lo hizo a consciencia. Pagó mis estudios, me hizo estudiar
piano, me llenó la cabeza de sueños, el corazón de música flamenca y el
alma de paisajes y recuerdos de su tierra. Recuerdo el día que dijo a
mi madre: «ella será diferente a nosotras». Y así me señaló el camino.
Bien, lo dejo aquí. Te adjunto algunos poemas que escribí para mi
abuelo Rafael, cuando pasé por Sevilla, la tierra que lo vio nacer. Y
por supuesto para doña Dolores. Hay algunos textos que escribí y no
encontré porque estoy en proceso de reorganizar papeles y mi despacho.
Así que será para otra vez.
Te deseo todo el éxito que tu trabajo merece. Suerte y hasta cada
instante.
Carmen Real
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Duelo
No hay cruces en tu recuerdo
ni foto orlada de negro
sólo relincho y espanto
y un simple ay, aquí muero
té de azahar para el dolor de pecho
paño negro para el alma y el cuerpo
un beso chiquito y casi contento
un callado y largo duelo
y luego… muy luego
casi al final del tiempo
un amarillo fragante
un indefinible amarillo
de naranjas y de sueños
Pena
Nunca es uno
el dolor que nos atropella
Hay mucho luto en el luto
hay mucho duelo en el duelo
que crece en un mar de penas
Nunca se llora sólo
el llanto que nos libera
Hay muchas lágrimas
en esa lágrima
que abre compuertas
Hay mucho llanto
en el mar de penas
Nunca es una penita sola,
la pena sola que no consuela
hay muchas penitas ahí en esa única pena
de sal de duelo crece esa ola
Nunca es uno
el dolor que nos atropella
hay muchas lágrimas
en la lágrima que abre compuertas
Nunca es una penita sola
la pena sola
Hay muchas penitas ahí
En esa única pena
De sal de duelo
crece esa ola
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