Tema del Mes > Marzo 2007


"Alma e imagen"
La enfermedad y la creatividad
Autor: Paul Brutsche


Introducción:

El texto aquí reproducido, con la amigable generosidad del autor, sirvió al Dr. Paul Brutsche como manuscrito de la conferencia para su ponencia de igual título, que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1988 dentro del marco de la exposición “Alma e Imagen” en el Centro Cultural Seedam, en Pfäffikon (Schwyz-Suiza).

Comenta la Dra. Maria Abac Klemm:

“Ya muchos de Ustedes conocen al Dr. Paul Brutsche por su excelente anterior artículo (Tema del mes de noviembre 2006, “Símbolos y Transformación”).

Él es un especialista en la interpretación de imágenes (pinturas, sueños, símbolos en general) y del trabajo psíquico realizado a través de ellas.

Su sensibilidad artística le permite ayudar a los pacientes a encontrar formas de expresión de su alma a través de la creatividad. En él se reúnen la raras cualidades del acercamiento de lo racional y lo irracional, por ello puede acompañarlos muy bien en los aspectos creativos.

En esta ocasión nos presenta un tema fascinante, la naturaleza de la enfermedad psíquica y de la creatividad. No interpreta la pintura sino que nos lee la imagen y cómo ésta expresa la relación entre ellas. Esto nos permite apreciar más el valor de la creatividad aún en situaciones difíciles e incluso de dolor.

Le damos las gracias al Dr. Paul Brutsche por esta nueva colaboración con el tema “Alma e Imagen: La enfermedad y la creatividad”, y para nosotros es un honor compartir el trabajo de él con Ustedes."



Alma e imagen
(Parte # 1 de 4)

Traducción al español realizada por la Dra. Carmen Real,
supervisada por la Dra. Maria Abac y aprobada el Dr. Paul Brutsche.

NOTA: Prohibida la utilización y/o reproducción parcial o total de la traducción al español de este artículo,
por cualquier medio impreso o electrónico, fuera de los fines de consulta y lectura personal,
sin el consentimiento por escrito de Editorial Fata Morgana, S.A. de C.V.


Me propongo ordenar mis reflexiones acerca del tema “Alma e imagen” bajo la clave de lectura “enfermedad y creatividad”. Estas dos palabras pueden crear la expectativa de que se trata de reflexiones filosóficas, o al menos hacen temerlas. Según sea la expectativa del lector podría desilusionarle o bien tranquilizarle, pues mi punto de vista es aquel desde el cual podamos pensar, gracias a la paciente observación de una serie de cuadros realizados por un solo individuo, en la naturaleza de la enfermedad psíquica y de la creatividad. Por lo tanto, no intentaré comentar algo sobre pinturas de personas psíquicamente enfermas sino leer en esas imágenes. Procuraré percibir lo que el alma dice a través del cuadro sobre la experiencia del estar enfermo y de la creatividad.

Las ocho pinturas de una extensa serie de cuadros representan una pequeña parte de los cien trabajos de un hombre de 37 años. Este hombre estuvo varios años hospitalizado y en los intervalos clínicos estuvo bajo tratamiento analítico ambulatorio. El diagnóstico era muy desigual e impreciso y abarcaba tanto la depresión endógena como la esquizofrenia maníaca. Conocí al hombre bastante tiempo después de que él superara la fase aguda de su enfermedad. El me consultó a fin de observar y hablar sobre esas pinturas.


Primera imagen: El escenario

El pintor está frente a nosotros en el centro de la imagen. Se presenta en el escenario de un circo. Detrás de él hay dos elefantes. La auto presentación se completa por los alegres suaves colores del encuadre. A primera vista, un cuadro alegre, un cuadro en el que la diversión de la feria y de la “ligereza del ser” están en concordancia o armonía con el circo. Pero esta primera mirada puede ser engañosa. Escenario, circo, feria son en realidad lugares donde la gente se agolpa, donde el público camina apretujándose, donde los actores y los espectadores se confunden en una risueña fiesta. Pero aquí en este cuadro se trata de un solitario –no hay acompañante-, o sin público concreto, sólo un hombre indefinible frente a los anónimos ojos del observador, ante quien presenta su aspecto correcto.

Un solitario en el umbral entre la habitación de un mundo privado y la apertura de un mundo público. Entre ambos mundos falta la interacción vital, el puente, no hay comunicación de uno con el otro, de adentro hacia afuera. Él, el que se presenta, no se expresa, no emite un gesto que venga de adentro y que se dirija al que está enfrente. Él se encuentra metido dentro de un actitud convencional exageradamente correcta, está ensimismado y absorbido por esta actitud de corrección. Anímicamente ausente, parece ser que, no tan sólo su mano derecha ignora lo que hace su izquierda, sino todo su ser parece desconocerlo.

Una figura de elefante, una fuerza arcaica y oscura, de la cual el dibujante no está totalmente consciente, en tanto que no aparecen en su totalidad dentro del marco del cuadro, parecen detener su marcha hacia afuera e impedir su avance. Cabría preguntarse si la imagen no podría estar expresando la situación de una persona que fue educada en la frialdad del orden de un comportamiento esquemático, que creció en un sistema familiar en el cual, sobre todo en lo relativo a la organización, el individuo debía ajustarse al orden reinante entre las cuatro paredes.

Acaso exprese la estrecha relación con el espacio anterior de la educación familiar, una educación de carácter teatral que se escenificaba delante de un público imaginario, delante de alguien omnipresente, enfrente de los críticos ojos de los otros, ante los cuales debían presentarse como familia perfecta con niños bien educados o de buenas maneras, a los que sin embargo realmente nunca se hubiera animado a salir a ese espacio desprotegido de la vida. La presencia de una figura de elefante, es decir algo con una arcaica fuerza aplastante, obliga con su imponente aparición del mismo modo que podría hacerlo la violencia educadora de los padres, que se presenta no con palabras personales, sino como una opresión anónima, como una exigencia irracional, razón por la cual aparece en el cuadro como una figura animal impersonal; esta clase de presencia limita al dibujante en su libertad y en su independencia.

El pintor ha sido protegido, educado, entrenado para representar, y esta violencia de la educación familiar ha limitado su expresión personal. En vez de expresión propia hay ajuste y adaptación. Ajuste al molde familiar, adaptación al encuadre dado por las normas de la sociedad.

Considero que esta imagen permite algunas observaciones generales. De acuerdo con los conceptos en vigor, se puede decir que ofrece la representación de un individuo narcisista herido. Narcisista herido, es decir, un individuo que no pudo sentirse a sí mismo ni encontrar su propio valor, que no pudo experimentarse por propia iniciativa como centro sino tan sólo como parte de un sistema familiar, sistema orientado según los valores colectivos trasladados a la estrategia educativa por razones de prestigio, y que lo dirige externamente. Narcisista herido, esto es, ajustado al hombre y el Yo puesto entre paréntesis, primacía de la civilización adulta en oposición a la ingenua expresión originaria.

En consecuencia, algo de esta necesidad de espacio forma parte, a modo de factor de restricción o condicionamiento social, de la experiencia de debilidad del Yo de cada enfermo psíquico. Lo que éste necesita urgentemente es la experiencia de no estar emplazado como una marioneta en un espacio existencial preestablecido ni de funcionar en el escenario según los preconceptos educativos o terapéuticos sino como ser humano, disponer de un espacio vital propio, experimentar el mundo lúdicamente, y expresarse sobre el mundo de acuerdo con su singular estilo.


Segunda imagen: Espacio interior

El espacio interior es el principal objetivo de toda terapia de expresión propia y de creación. Ayuda al que pinta o dibuja, a través de una experiencia altamente efectiva, a disponer de un espacio interior, de un espacio imaginario totalmente personal, en el cual el mundo y la interioridad aparecen como polos de atracción de la realización de la propia creación.

Esta imagen expresa el efecto que provoca la creación de imágenes. Pintar desarrolla un espacio interior, permite el surgimiento de un ínter espacio, es decir, la transparente realidad de un cuadro, en el cual la percepción externa y el concepto o idea interna se encuentran en el acto de representación. Esta imagen nos deja ante la duda de si estamos frente a un ventanal a través del cual contemplamos una parte de un paisaje real o si se trata sólo de un gran lienzo de un paisaje. En este no saber se espeja la fértil paradoja de la realidad de la imagen. En la composición de un cuadro aparecen objetos, personas, etcétera, es decir temas o asuntos que pertenecen al mundo real, y en este sentido cada cuadro es una ventana al mundo, pero al mismo tiempo estos objetos y personas aparecen como productos de una creación propia, y en este sentido cada cuadro es una pintura subjetiva del mundo. En esta posición intermedia entre reproducción del mundo exterior y expresión del mundo interior en el enfermo, la imagen asume aquella función que tenía cuando niño. En la medida en que se le permitía, en la línea límite entre las necesidades internas y las posibilidades externas, al dibujar o jugar el niño creaba una base, un contenedor para una comprensión de sí mismo y un comportamiento adecuado. Si no se le deja porque el entrenamiento de la educación parental parece ser más importante que el lúdico impulso creativo, se anulara su experiencia individual y su síntesis personal. Afuera es absorbido por la imagen colectiva directriz y dentro por la imagen colectiva ancestral.

Desde un punto de vista terapéutico, podemos entender la actividad de pintar tanto como el revivir una función de síntesis conmocionante, o bien el revivir una representación de sí mismo en la superficie de práctica que ofrece el cuadro con su realidad intrínseca fluctuante entre el afuera y el adentro.

(continuará el próximo mes)


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